Una mesa cualquiera

Una mesa cualquiera

Relato en cuatro partes de una mesa, un jugador, un camarero y un crupier.

Aquella sala de casino era un lugar decadente y lleno de mesas, el suelo escrupulosamente limpio y sólo se veía de vez en cuando alguna ficha rodando que es retirada enseguida por su dueño.

Allí, un  jugador inmaduro pide de nuevo al crupier que le coloque su jugada con doble valor de fichas mientras otea descaradamente la mesa de al lado frunciendo el ceño.  
–¿No cree que sus números ya no van a salir, señor ? –le comenta el camarero limpiando con un trapo el borde de la mesa humedecido por  moléculas de licor intentando llegar al paño–. Mire que el etanol no le sienta nada bien a su higado. Si lo desea le puedo servir un agua especial que acabamos de recibir –dice en voz baja y acercándose al pabellón auricular del jugador, como si no quisiera que nadie más se enterara en aquella sala a rebosar de jugadores ruidosos–: es una cosecha recién embotellada.

El jugador le sostiene la mirada un segundo y luego vuelve a mirar al vaso casi vacío.

–Póngame otro vaso de ginebra, por favor.

–Un mal día, ¿no?

El jugador asiente torpemente...

–No hay justicia en el azar –susurra el jugador–. No importa la supervivencia del individuo, sólo la de la banca, y el día que eso cambie estaremos todos camino de la extinción como jugadores ¿Qué ha sido esta vez? ¿Una docena escondida? ¿La malvada bolita? ¿La firma del croupier? ¿Un virus en nuestro razonamiento (sesgo cognitivo)?

El jugador sabe que no debe hablar con los camareros de los tejemanejes del juego y sus estrategias, pero hoy le gustaría saltarse un par de reglas mayores. Tal vez rompiendo el silencio se sienta mejor.

El día anterior el indómito azar le había concedido una victoria con su estrategia estrella sobre plenos. Ilusionado, había esperado con impaciencia la llegada de otra oportunidad en otras mesas que le permitiera hacer uso de sus nuevas facultades como pretendido jugador maduro.

La aventura no se hizo esperar, pues esa misma noche recibió la visita de un jugador cooperante, una rubia de muy buen ver, que se encargaba de llevar la cuenta de otras mesas y avisar al jugador del lugar donde se producían los incidentes buscados.

–Jugador, se requiere de vuestra presencia en la mesa 5. Se trata de un 12 muerto, máxima prioridad...

Apoptosis anómala de la permanencia. Tomaremos sólo los datos que nos lleven al centro del resultado estadístico esperado y desde ahí efectuar un ataque fulminante en varios escalones.

Si bien en aquel momento el jugador se sintió orgulloso de pertenecer al dudoso grupo élite de jugadores, no estaba preparado para la escena que le deparaba aquella mesa. Decenas de eventos con su probabilidad estadística de aparición reventados, yacían muertos o moribundos sobre el tapete verde amenazando con contaminar a cualquier jugador neófito o irreflexivo.

Sin darse cuenta, el jugador pisó algo pegajoso; al levantar el zapato vio que tenía un pedacito de evento  pegado a la suela. Sintió un escalofrío..

El jugador se dio cuenta que esa substancia pegajosa era lo que quedaba de unos eventos considerados los más guapos de una permanecía historica, tenían una forma definida y con una extensa capa de virtudes probabilísticas, virtudes que ahora aparecían esparcidas por el tapete verde y la alfombra costosísima alrededor de la mesa y estaban  como sesos destrozados por la ingenuidad de un tiro.

También eran eventos arrogantes y presuntuosos, pero no se merecían aquella masacre. El jugador jamás había estado en las catacumbas de Paris, pero posiblemente fuera bastante parecido a aquello.

–Señor jugador, me alegro de verle –le saludó un viejo amigo.

–señor croupier, me alegro de verle... –

–¡Jugador! Cuánto gusto en tenerle por aquí de nuevo

El croupier asintió con la cabeza. Él había sido el primero en llegar a la escena del crimen pero por su posicion de empleado fiel no había dado la voz de alarma.

El jugador estuvo a punto de ver al asesino, de hecho había corrido tras él, pero el muy traidor le había lanzado el cadáver en forma de dispersión de uno de los eventos abatidos y le había hecho tropezar, con lo que lo había perdido.

Los gritos y lamentos de la segunda seisena hacían eco por toda la redondez del cilindro y se se abrazaba a los cuerpos inertes de sus hijos, el siete, ocho, nueve, diez, once y doce para impedir que la siniestra dispersión se los llevara a la sala de autopsias del corto plazo y los hiciera desaparecer.

–Señores clientes, no queremos hacerles perder el tiempo, pero hemos de limpiar el tapete de cadáveres para que pueda volver todo a la normalidad –dijo amablemente el croupier...

–¿Tiene usted idea de cuántas veces me he dividido en cortos plazos? ¡Tengo miles de hijos! ¿Lleva usted la cuenta de los que he perdido hoy? ¡Ya solo me quedan cien! ¡Éste era mi favorito! ¡Mire que nivel equilibrado ! ¡Mire que tercio más bien condensado! Si se lo va a llevar, lléveme a mí también. Alguien les ha obligado a suicidarse; yo les recomiendo que empiecen por esa bolita con cara de inocente, que se las da de buenecita, pero me he enterado de los estropicios que ya ha hecho en otras mesas. Ayer mismo se atrevió a insultarme cuando le recordé su naturaleza vil y despiadada y hoy, sorpresa, actúa con normalidad –expresó con llanto y amargura la permanencia madre.

El jugador y el croupier vieron que aquellos dos podrían acabar muy mal, de modo que se acercaron con el propósito de mediar...

–¡Todos los eventos favorecidos del paño nos negamos a renovar nuestra aparición inmediata hasta que el universo de compañeros nos asegure que ya no habrá desigualdades injustas!  –rugieron los agraciados 6 y 13.

–No se preocupen señores, atraparemos sin falta a esa escurridiza dispersión .

El 36 le dio un codazo a sus compañeros.

–No hay pruebas contundentes contra esa dispersión de la que hablan, yo llevo tiempo por aquí y nadie me molestó.

El jugador se llevó un dedo a los labios y les chistó mientras se alejaban.

–No sigáis provocándola, ¿vale? Está loca, sería capaz de desencadenar una catástrofe en el plato giratorio. Si le da por dividirse desordenadamente podría causar un desastre incalculable en todos los órdenes. Debería ir a investigar a esa dispersión, y la segunda seisena es la única pista que tengo. Tal vez fue a ella a quien vi desparecer.

¡Dios, tal vez hubiera podido pararle los pies...!